martes, 6 de mayo de 2008

1. Cap. Cuando las enfermedades tiene género

Durante la excursión que hicimos Blanca, Gabriel y yo a Bellesguard, edificio construido por Gaudí en Barcelona, surgieron temas de debate: la violencia primaria del ser humano, el abuso de los medicamentos en la Tercera Edad y otros temas a cual de ellos más polémicos.
Gabriel me hace llegar este artículo publicado en La Vanguardia en Febrero de este año y escrito por Marga Durà.

El infarto ni es masculino ni avisa en el brazo, y mata más a las mujeres, en gran parte por ignorancia del comportamiento femenino de esta dolencia. La medicina afronta el reto de corregir la descripción de las enfermedades.

Los ensayos han sido eminentemente masculinos porque era más fácil y porque los hombres mueren antes. El insensible doctor House es capaz de diagnosticar una enfermedad mirando un hoyuelo, fijándose en unos zapatos o escrutando una uña. Los galenos de carne y hueso emplean métodos más científicos y menos suspicaces, pero en algunas ocasiones han obviado algo que no requiere del olfato de House: distinguir si en la camilla se postra un hombre o una mujer. Y es que las enfermedades actúan de forma diferente según el género del paciente. El problema es que durante mucho tiempo se ha aplicado el mismo baremo para ambos sexos y se ha tratado de igual manera a dos cuerpos que reaccionan de forma diferente.

La mujer ha sido la principal perjudicada, ya que los estudios epidemiológicos se han venido realizando habitualmente en hombres y se han aplicado los resultados a ambos géneros. También se han dado algunos casos en los que las costumbres sociales han impedido que los hombres reconocieran algunas dolencias. Todo ello nos ha llevado a una medicina unisex que presentaba ciertas dificultades a la hora de adaptarse a las curvas femeninas.

“Hoy en día sabemos que la prevalencia de las enfermedades es diferente en los dos géneros, conocemos que su curso es distinto y que los fármacos no muestran la misma eficacia”, señala el doctor Santiago Palacios, director del Instituto Palacios de la Salud de la Mujer en Madrid. Esta conclusión, que puede parecer evidente, ha supuesto casi 20 años de investigación. Y aún queda un largo camino por recorrer, tanto para concienciar a los médicos como para desentrañar los misterios genéticos, hormonales y sociales que marcan la diferencia.

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