martes, 23 de agosto de 2011

Mama... dame la mano






Mama...Dame la mano.


Sólo estaba oyendo mi respiración a 150 metros de altura. Mis manos agarraban el paracaídas y el mar conseguía que tuviera el pensamiento blanco y traslúcido.

No conseguía pronunciar ninguna palabra que fuera más bella y extraordinaria que el espectáculo de volar sostenida por un globo.

De pronto una frase me volvía a mi compañero de aventura... mi hijo Alejandro. "Mama, dame la mano". Hacía muuuucho tiempo que nadie me pedía tal gesto. Un chico de 1,87m y con 32 años.

Hasta que no pasaron 48horas no volví a oír en mi corazón el eco de la frase. Sentí un salto en el vacío que me emocionó. La experiencia, en la que yo sólo buscaba una aventura, me hizo viajar a 1979.

Con 21 años marché de casa de mis padres buscando la aventura de viajar, de conocerme, de valerme por mi misma y de encontrar el amor. Tenía un reto, dado que mi nombre es tal. Un reto de saber ¿qué era eso del amor?

Lo encontré y nació Alejandro. Fue un bebé muy querido y esperado. Su abuelo Ernesto esperó 81 años a verle nacer. Al cabo de nueve meses de estar extraordinariamente emocionado por su nieto, nos dijo adiós. Alejandro creció rodeado de cariño, de amor y porque no, de aventura.

Su papa era nuestro héroe. Estaba fuera de España por una opción política muy personal. Eran los años 80. También es verdad que estaba corriendo tras las aventuras soñadas como pompas de jabón.

Alejandro adoraba a su papa y yo le amaba. Le amaba intensamente y al mismo tiempo estaba dolorosamente sufriendo de que nada grave le pasara a él en París y a nosotros en Barcelona. Eran años muy, muy difíciles.

En Enero de 1981 decidí coger de la mano a Alejandro, éste a su vez a su mascota Pipo y montados en el Talgo llegamos a la estación París Austerlitz. Podría haber ido sola y abandonar a Alejandro con su yaya Carmen. Le coloqué una mochila con sus juguetes, sus cómics, su libreta, lápices de colores y atravesamos la frontera. Mi deseo era que los tres estuviéramos juntos.

No era la primera vez que íbamos juntos a Francia. Un 14 de Julio, en la Estación de Perpignan, nos encontramos con Ernesto. Nos faltaba tiempo para disfrutar de su compañía, sólo eran unas horas, pero queríamos volver a Barcelona con abrazos, besos y promesas de estar juntos.

De París nos fuimos a La Ferté Gauche en la zona del Marne, en el castillo de Reveillón.

Alejandro vivió aventuras de todo tipo... dió de comer a ovejitas, montó a caballo, regalaba zanahorias con su manita a todos los caballos percherones, me ayudó a ordeñar las vacas, evité que pisara las enoormes cacas de vacas, cruzó bosques impenetrables, recorrió el castillo de Reveillón, convivió con 10 perros Leonberg, que le doblaban en altura y caminó sólo por aquel magnífico jardín francés con apenas 17 meses. Todo un hombre.

En marzo me di cuenta que estaba esperando otro bebé, que por mis cálculos era imposible que pudiera ser. Se ve que nada más llegar a París en la Rue Vavin, fue tan deseado y esperado el encuentro que Alberto nos eligió como padres. Parece una tontería pero tanto con Alberto como con Sofía he sido consciente de que había "algo especial" el día de la concepción. Si, algo así, como si me empujaran por la espalda a que... "coi, decídete, que estoy harto de esperar".

Volví en Abril de 1981. Mi situación era precaria para tener un bebé en Francia. La dueña del castillo Mademoiselle Mª Terese, me ofreció quedarme corriendo ella con los gastos del parto. No acepté y esa posiblemente, ha sido la decisión que más me ha pesado a lo largo de mi vida.

Si no hubiéramos vuelto a Barcelona seguro que hubiéramos viajado con tu papa a Bolivia, visto el lago Titicaca, Santa Cruz de la Sierra, el Valle de la Luna, Perú, Colombia, Venezuela, Tucuman, Burdeos, Marsella, Lyon, Ginebra, Lausanne.

Volvimos tu y yo y tuvimos la aventura de esperar nacer un hermanito muy especial para ti, Alberto.

Ya sabes que la historia continúa pero ahora que emprendes una aventura ha sido muy gratificante recordar que hubo un tiempo en que fui muy feliz con tu sonrisa, con tu fantasía, con tus dibujos, o cómo querías ser Superman volando desde una silla con unas alas de almohada en tu espalda.

Te quiero mucho y deseo que las estrellas te acompañen en tu vida

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