miércoles, 7 de septiembre de 2016

Crimen en el Paraiso... Death in the Paradise



Ambientada en un Estado caribeño desconocido, Saint-Marie, es una serie apta para amantes de las películas de detectives de toda la vida, un género que no cambia y al que lo único que se le exige es que mantenga la intriga hasta el final. Los que disfrutaron con las series de Sherlock Holmes o de Poirot, con los Pequeños casos de Agatha Christie, Missis Marple, basadas en una aplastante lógica en la resolución del crimen y en un concienzudo estudio de los personajes, sabrán apreciar esta serie que incluye también frecuentes toques de comedia.

Lo más original de esta serie es, sin duda, su localización: el Reino Unido ya no es el escenario de los asesinatos, sino una isla caribeña. La serie es de factura franco-británica y está rodada en la isla de Guadalupe, “región ultraperiférica de la UE” bajo bandera francesa. Hubiera sido de agradecer alguna referencia hispana (a fin de cuentas, Guadalupe fue descubierta por Colón), pero eso sería recordar que los franceses de la apropiaron en el siglo XVII y que los ingleses enviaron al pirata Francis Drake para otro tanto. 

El Caribe franco-británico no es, desde luego, el más ilustrativo de las cualidades de aquel paraíso: marihuana en Jamaica y ron de la Martinica no pueden compararse a la belleza de Cuba o el polimorfismo de La Española. Incluso en las costas de América Central que van a dar a ese mar, las construcciones son mucho más fotogénicas y el paisanaje más dado a la comedia. De todas formas, el rodaje en el Caribe franco-británico ha sido complicado y costoso, hasta el punto de que el protagonista de las dos primeras temporadas, el “detective Inspector Richard Poole”, interpretado por Ben Miller, presentó su dimisión harto de estar 5.000 km alejado de su familia. 


Así pues, aparte del hecho de que hubiera podido sacarse más partido en otra isla de la ubicación caribeña, aquí reside el gran acierto de la serie. Lo exótico siempre es garantía de éxito. Recordamos, por ejemplo, aquella pequeña serie Cuentos del Mono de Oro (1982) cuyos 22 episodios tenían el atractivo de estar ubicados en la imaginaria isla de Boragora en pleno Océano Pacífico. Esto y el hecho de que parte de la trama transcurriera en un hidroavión durante la Segunda Guerra Mundial, formaban parte de los atractivos de la serie, mucho más que el guión, excesivamente rápido, deslavazado y casi ingenuo. En Crimen en el paraíso, en cambio, manteniéndose el exotismo de la lejanía y sin nada equivalente al hidroavión, los guiones están mucho más trabajados, los personajes madurados y las situaciones propias de los thrillers de intriga policíaca.

Por lo demás, la serie aporta poca novedad al género, lo que no quiere decir que no sea interesante ni valga la pena verla. A una serie televisiva hay que pedirle que en cada episodio se mantenga el interés, que no sea reiterativa, que aunque todo el esquema responda a la secuencia crimen-investigación-resolución-celebración, se llegue siempre al final con la sensación de haberlo hecho por senderos diferentes a otros episodios anteriores. Y, sobre todo, que exista buena armonía entre los distintos personajes centrales y cada uno de ellos tengan matices que logren interesar al espectador. En este sentido, la serie es buena, entretenida y amena; sin problemas, pasan cosas y las cosas que pasan son necesarias para entender la resolución final del enigma. Todo esto es lo que hace que esta serie pueda ser recordada entre otras muchas que cada año se producen en todo el mundo. Es posible, incluso, que dentro de cuarenta o cincuenta años, sea una serie recordada con simpatía y buscada por los coleccionistas.

En la primera temporada, se nos muestra a un policía que, por pura casualidad, va a parar a la isla de Saint-Marie. Es el inglés típico, de té a las cinco, pastel de carne, bombín y paraguas enfundado, casi un corredor de bolsa de la City, más seco que un bocadillo de polvorones, trasplantado a un país despendolado y guasón.  Y sin embargo, va resolviendo los casos que se plantean en cada episodio. A diferencia de series como Se ha escrito un crimen (en donde era muy fácil saber desde el primer momento quién era el asesino) o Colombo (que desde el principio mostraba al asesino y todo consistía en saber hasta qué punto soportaría los hábiles interrogatorios del protagonista), en Crimen en el paraíso (en la escuela de Conan Doyle o de Agatha Christie) el interés se mantiene hasta última hora: todos pueden ser culpables.


La mayor parte de actores de la serie, o son completamente desconocidos en el ámbito hispano o sus rostros suenan remotamente por haberlos visto en algún episodio de cualquier teleserie británica. Indudablemente, Ben Miller, sobre el que recae el peso de las dos primeras temporadas, es el más conocido. En la vida real, doctor en física cuántica (carrera que jamás ha ejercido), su vocación teatral deriva precisamente de sus tiempos como estudiante. Saltó a la fama en 2003 al aparecer como pareja de Rowan Atkinson en Johnny English y, a partir de ahí, su carrera discurrió por varias series televisivas de resonancia (Miss Marple [2004], Invasión jurásica [2006-2011] y Doctor Who [2014]). Actor sobrio con formación teatral, su rostro impávido está particularmente adaptado para la comedia dramática. 

Al terminar la segunda temporada, Miller anunció que se retiraba de la serie, lo que obligó a los guionistas a preparar un primer episodio de despedida (el que más audiencia ha tenido hasta ahora). Los guionistas tuvieron la habilidad de no buscar a un clon del personaje sino que crearon uno nuevo: la antítesis del “detective inspector Pool”. Su sustituto, en efecto, Kris Marshall –en la serie “detective inspector Humphey Goodman”– es un tipo despeinado y caótico, incapaz, desordenado. Justo lo contrario de su predecesor. Y sin embargo, como aquel, resuelve casos con una lógica brillante e implacable. El papel ha sido cubierto por Kris Marshall que, hasta 2011 tenía una corta carreta en series televisivas británicas que no causaron particular sensación en España (Realmente amor [2003], en donde interpretaba a un papel secundario, y en Los padrinos de la boda [2011], comedia anglo-australiana). Esta es otra de las habilidades de la serie: haber sabido cambiar a personajes centrales sin que pierda interés o el precedente se haga añorar (vale la pena recordar aquí la decepción que causó la segunda temporada de Crossing Lines [2013 hasta ahora], cuando un equipo que había dado resultado en la primera temporada, se desmanteló sustituido por otro que no lograba superar el interés suscitado por la primera hornada). 

En cuanto al resto de personajes que componen la atrabiliaria comisaría de Saint-Marie, todos ellos afro-caribeños, cada uno de ellos tiene rasgos propios que les otorgan valor añadido, están perfectamente diseñados y encajados. Su vida personal y sus interrelaciones son una especie de denominador común que unifica las tramas de los distintos episodios. Todo el cuadro de actores aparece como bien conjuntado, encarnando roles atribuidos por guionistas que han realizado su trabajo con nota.

En cuanto a la música, caribeña, como no podía ser de otra manera, añade, junto a las localizaciones, la nota exótica. Por todo ello no es raro que la serie vaya por su quinta temporada y en el Reino Unido consiguiera ser el programa más visto en su franja horaria. Estrenada en 2011, la segunda temporada que siguió alcanzó un difícil 28,8% de audiencia en aquel país y el estreno de la tercera temporada marcó el punto álgido en las audiencias. En España ha sido (y está siendo) retransmitida por el Canal Cosmo, TV, 8TV y Atreseries y descargada a cientos diariamente por los programas peer to peer.


Una serie refrescante procedente de una zona del planeta particularmente calurosa hasta el bochorno. 

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