martes, 1 de noviembre de 2016

Belfegor, el fantasma del Louvre


En 1965 se había estrenado en Francia una serie de trece partes divididas en cuatro episodios que causó sensación. En un momento en el que el aparato de televisión todavía no estaba al alcance de cualquiera y el parque de tubos catódicos no llega a los 18 millones, esta producción de la ORTF alcanzó una audiencia de 10 millones de espectadores. Otro tanto ocurrió cuando al año siguiente la serie se proyectó en TVE, los jueves entre 10 y 11 de la noche. A este lado de los Pirineos se repitió el éxito y fue uno de los motivos por los que un año después la dirección de “la casa” encargó a Chicho Ibáñez Serrador las celebérrimas Historias para no dormir (1966-1982). Durante la primavera de ese año, todos los medios de comunicación españoles, sin excepción, dedicaron amplios comentarios a esta serie que mezclaba el terror parapsicológico con elementos propios del thriller policíaco.





A lo largo de los 180 minutos que duraba la serie se contaba una historia siniestra: un ser extraño, paranormal, un fantasma cubierto con una túnica negra había sido visto en el Museo del Louvre, concretamente en el departamento de egiptología. Un vigilante nocturno del museo dice haberlo visto y haberle disparado, incluso. Cada aparición del fantasma había ido acompañado por crímenes y desapariciones ante los que la policía permanecía perpleja adivinando que hay algo “paranormal” en el asunto. Un estudiante que sospecha de que todos estos incidentes han sido generados por la misma mano empieza a investigar el misterio. Avanzada la trama, terminará enamorándose de la hija del policía encargado del caso. Las investigaciones llevan a la pista del hijo de una cantante, buen conocedor del ocultismo y que buscaba descubrir el “metal de Paracelso”, el secreto de los secretos de una temible sociedad secreta, la Rosa Cruz. A partir de aquí arranca la trama que llevará a constantes emociones fuertes hasta que se revele la naturaleza y la personalidad de Belfegor. El conjunto esta dotado de abundantes sugestiones oníricas, escenas intranquilizadores y un ambiente a ratos maligno y en otros extremadamente cautivador: el París tradicional, el París de siempre, el París anterior a los movimientos contestatarios y al terrorismo islámico, el París que ya no volveremos a ver.

La serie, filmada en blanco y negro y la mayoría de cuyas escenas discurrían en la noche, nos presentaba un París desconocido, en tonos oscuros, completamente siniestros aun sin la presencia del fantasma. Las calles de París, sus más hermosos monumentos, parecían tener un aspecto húmedo, lo más natural era que entre ellos circulara un fantasma que en aquellos casi remotos años 60 recordaba el perfil de un famoso obispo ortodoxo chipriotra (el Obispo Makarios) y hoy recordaría a una islamista radical cubierta de pies a cabeza con un burka negro. Algunos guasones bromearon sugiriendo que se trataba de una monja que llevaba una caja de galletas bajo el velo. Luego estaba el tema de las sociedades secretas que habitualmente se identificaban con ramas dispersas de la masonería. Era la primera vez en los años del franquismo que un medio de comunicación público aludía a la Orden de la Rosa Cruz.


Y luego estaba el erotismo que sabía destilar la protagonista indiscutible de la serie, la cantante y atriz Juliette Greco. Sin ella esta serie hubiera sido irrelevante; pero su simple presencia sugería un erotismo que en aquellos años –en los que en TVE se llegaba a colocar echarpes sobre los hombros de pianistas para ocultar sus brazos desnudos- no era habitual. La Greco estaba por cumplir los 40 cuanto filmó esta serie. Su figura emergió en la postguerra y a principios de los años 50 ya estaba considerada como la “musa de los existencialistas”. Los pocos viajeros españoles que habían visitado París en aquellos años, contaban sus actuaciones en los sótanos de los bares del Barrio Latino, entre brumas de tabaco y olor a cerveza derramada. Solía actuar vestida completamente de negro, lucia pantalones ajustados y todo aquello que en la época se consideraba en nuestro país como fruta prohibida. Las aletas de su nariz sugerían una sexualidad salvaje y la forma de encender cigarrillos y degustarlos, despertaba la libido en el macho ibérico y a las mujeres nos enseñaba las artes de la seducción femenina. Aun así, toda España se preguntaba en aquella primavera ¿Quién diablos era Belfegor?


Y, a todo esto, ¿quién era Belfegor? Era el demonio de la técnica. Se decía que inspiraba los grandes inventos que cambiaban el destino el mundo y, especialmente, el de quien lo realiza. Tienta especialmente a los jóvenes y les induce a la pereza. Se le describe como gigantesco, piel enrojecida por las llamas del infierno que él mismo manipula y aviva. Salvo los cuernos, la col, unas orejas que inspiraron la figura del vulcaniano Doctor Spock, sus piernas, como las del Fauno de los bosques, son propias de un animal (cabra, lobo, no importa). Ninguna de estas características está presente en el personaje de Belfegor en la serie francesa. Incluso hoy es un misterio el porqué Arthur Bernède, autor de la novela que inspiraría la serie, eligió de entre toda la corte de diablos y archidiablos y espíritus malignos el de Belfegor como protagonista de  serie.

Tales eran los elementos en los que esta miniserie de suspense, intriga, ficción parapsicológica, sociedades secretas, médiums y nocturnidades prohibidas, asentó su éxito. Hasta ese momento, las series y películas que se estaban proyectando en TVE eran ingenuas, sin connotaciones eróticas, las que no eran aptas para todos los públicos merecían uno o dos rombos por contener alguna escena violenta y poco más. Era normal que una serie así tuviera éxito en España, si por lo que fuera, había superado los obstáculos de la censura. Pero ¿y en Francia? ¿Por qué causó tanto impacto?

Hacía solamente dos años habían cesado los atentados terroristas de la OAS y la sociedad francesa todavía se estaba recuperando de la pérdida de Argelia, sin haberse restablecido aún de la derrota de Dien-Bien-Phu. Una sociedad así, se encontraba sumida en el pesimismo más absoluto. Quería reír (de hecho las películas de Tati estaban ahí para eso), pero, sin duda no era por casualidad que las tramas policíacas, el género negro y las películas de terror tuvieran más éxito que en ninguna otra época. Pero había otro elemento en el que la miniserie baso su éxito en Francia: poco antes Louis Pauwels y Jacques Bergier habían publicado su obra El retorno de los brujos que reactualizó toda la temática esotérica y parapsicológica, en lo que se llamó “realismo fantástico”. 


La serie nos muestra cómo era la vida en París a mediados de los años 60. Un París que ha cambiado irremisiblemente: en el Louvre todavía no se había instalado la pretenciosa pirámide vidrio, era posible ver camiones llevando leche de un sitio a otro, a los porteros y a los pequeños comerciantes fregando las aceras con agua abundante, los vehículos de la época y la moda femenina.

La serie puede visionarse en youTube o bajarse mediante programas “peer to peer”. A no confundirla con el remake producido en 2001, con más medios técnicos, pero en un momento completamente socio-económico completamente diferente y que pasó prácticamente desapercibida. En francés se puede adquirir en DVD a través de Amazon.


FICHA

Titulo Original: Belphêgor, ou le phantôme du Louvre
Título en España: Belfegor, el fantasma del Louvre
Temporadas:  miniserie de 4 episodios
Duración del Episodio: 45 minutos
Años: 1965
Temática: Thriller
Subgénero: Sobrenatural
Actores principales: Juliettte Gréco, René Dary, François Chaumette, Sulvie, Paul Crauchet, Christine Delaroche Yves Rénier, Jacky Calatayud, Georges Staquet.
Lo mejor: Nunca antes se había visto una serie así en televisión española.
Lo peor: Cierta decepción al finalizar el último episodio
Puntuación: 7
Web oficial: no tiene.

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Cómo verlo: Puede verse en youTube.  También puede obtenerse mediante programas “peer to peer”. El DVD en lengua francesa está a la venta editado por TeleFrance1 a través de Amazon.


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