sábado, 12 de noviembre de 2016

Estocolmo, identidad perdida… más argentinos en Netflix


Resulta una novedad –y una novedad particularmente agradable– el que las series argentinas cada vez estén más presentes en Netflix. Hace unos meses, apareció la muy notable Cromo, luego llegó El Marginal. La primera sugiere los espacios abiertos, la segunda la claustrofobia de una prisión. Recientemente Netflix ha clocado en su streaming, una tercera serie llegada de aquel país: Estocolmo, identidad perdida. Hay pues que felicitarse que el público que se expresa en castellano tenga series pensadas, interpretadas y guionizadas en nuestra lengua.

La serie se desarrolla en el ámbito del género negro, con connotaciones periodísticas y judiciales. Tiene el atractivo de la combinación de estos tres campos y el aliciente de ver en pantalla algunos actores bien consolidados en la escena hispanoamericana. La serie parte de la desaparición de una chica y de la investigación judicial y periodística para encontrarla. Por algún motivo el tema del secuestro ha estado presente en las últimas décadas de la historia argentina. Dejando aparte que durante el gobierno militar, unos y otros, escuadrones de la muerte y guerrilla montonera, secuestraban a diario (sin duda, el caso más espectacular, tanto en sí mismo como por su desenlace, fue el secuestro de los hermanos Born, multimillonarios que fueron liberados a cambio del rescate más espectacular de la historia en aquel momento y, pasados los años, uno de ellos montó una empresa informática con “el loco Garimba”, Rodolfo Galimberti, uno de los secuestradores), en la actualidad, con la crisis económica, el secuestro exprés se ha convertido en algo cotidiano. Sólo desde enero y hasta el mes de mayo de 2016 se habían dado 104 casos de este tipo de delitos: uno cada 29 horas. Y no todos los secuestros de este tipo se denuncian, así que es posible que las cifras sean todavía más preocupantes. Anteriormente, durante la anterior crisis económica de 2001, ya había empezado a practicarse el secuestro exprés (había poco dinero y se guardaba en casa, así que era el delito más rápido que podía cometerse). Por todo ello, el secuestro es algo que está a la orden el día en la sociedad argentina. Esta serie trata de un secuestro, pero no a voleo, sino con una finalidad: la trata de personas. 




Los productores y guionistas de la serie han tenido la habilidad de elevar el tiro: nada de miserias ni de baja delincuencia como los personajes habituales de El Marginal, ni de asesinatos casi tribales como los de Cromo. De lo que se está hablando aquí es de una red de tráfico de personas, con conexiones de altos vuelos. Así pues, una parte de la trama discurre entre las élites de la sociedad argentina. La investigación periodística sobre el caso del secuestro de una chica es asumido por una periodista cuyos padres son los propietarios de una cadena de televisión. Un fiscal que está investigando el caso, al descubrirse lo que parece el cadáver de la chica, tres años después del secuestro, contacta con la periodista para que le ayude en su investigación. Las relaciones entre ellos, que habían sido hasta ese momento, tensas hasta la exasperación, van cambiando progresivamente de signos, hasta terminar prometiéndose. Tal es el planteamiento de partida. 

La serie está resuelta mediante flashsbacks continuos. Lo que ocurrió hace tres años se alterna en la narración con lo que se está desarrollando en el momento presente. Algunas de las escenas son bastante surrealistas e incluso desmerecen la serie (resulta difícilmente asumible que una periodista al ser entrevistada junto a su amor, en vivo y en directo, vaya consultando periódicamente los mensajes que recibe a través del móvil y que, en un momento dado, nerviosa hasta la histeria por lo que va leyendo en la pantalla del celular, saque la pistola y apunte a quien cree que los está enviando). Existen algunos elementos que todavía son más de “culebrón” que de género negro (ese maniqueísmo, por ejemplo, en el tratamiento de los personajes o los rasgos con los que se ha adornado a la co-propietaria de la cadena, pertenecen a este tipo de efectos). Pero la serie es aceptable y entretenida y, no por esperados y previsibles algunos elementos de la trama son por ello menos interesantes. 

Vale la pena también aludir al erotismo de algunas escenas y al trasfondo sexual que acompaña a la trama. No es, desde luego, forzado, e incluso en algunos momentos puede contribuir a aumentar el interés cierto público. A fin de cuentas, no es infrecuente que el género negro vaya de la mano de mujeres y hombres “fatales” y que los amores, amoríos y cuestiones de catre, recorran transversalmente este tipo de tramas.


Parte el equipo que ha realizad esta serie, había trabajado ya en La casa del mar, y en otras series que han tenido una buena acogida en Argentina y que aún no se han proyectado en España: La Patota (2015) o La Dueña (2012). A diferencia de otras series o miniseries argentinas, Estocolmo, identidad perdida no se ha emitido en los canales generalistas argentinos sino que ha sido derivada directamente hacia Netflix. El guionista principal de la serie es Marcelo Camaño que siempre ha tenido ideas muy claras sobre cómo debe componerse un guión de este tipo; su primera regla: mantener siempre ocupados a los actores principales. Esto es lo que hizo en sus series anteriores El Capo (2007), Vidas Robadas (2008), Resistiré (2003), hasta llegar a Estocolmo, identidad perdida. La dirección ha corrido a cargo de Jesús Braceras que, previamente, ha dirigido otras series argentinas de, más o menos audiencia, pero en las que ha adquirido experiencia suficiente para afrontar este reto más ambicioso que los anteriores: Todos contra Juan (2008), una tragicomedia en 26 episodios, Nini (2009) que llegó a las 128 entregas, comedieta para adolescentes y, finalmente, El secreto de los Rossi (2014) comedia familiar en 13 episodios.

En cuanto a los intérpretes, cabe mencionar a Esteban Lamothe (el policía infiltrado), actor de amplio historial cinematográfico, que desde 2004 ha ido apareciendo en una veintena de películas (entre otras La Patota [2016]) y media docena de series televisivas. El papel de la periodista de investigación está asumido por Juana Viale, hija, nieta y hermana de una saga de actores argentinos, actriz de gran personalidad y rostro sereno y de perfección clásica, especializada en “roles antagónicos” (oposición al protagonista o héroe de una trama), pero que aquí asume un papel protagonista. La figura del juez, corresponde a Luciano Cáceres a quien felizmente conocimos en Cien años de perdón (2016) de Daniel Calparsoro y a quien, como mínimo, podemos calificar de actor poliédrico capaz de asumir cualquier papel y hacerlo con una brillantez poco usual (en la cinta de Calparsoro formaba parte de la banda de atracadores, aquí es el Infiltrado). Tal es el trío protagonista.

La película ha sido producida por Story Lab y Kapow para Netflix. Gustará a los que se suelan interesar por tramas policiales y de género negro; también a los atraídos por los dramas humanos. A los que nos interesamos por las series filmadas en nuestra lengua, nos supondrá la alternativa más adecuadas a la oleada de series anglosajonas casi realizadas a troquel. No es una serie perfecta, deberían de haberse pulido más algunos aspectos narrativos, y eliminado exabruptos propios de culebrón, pero es una serie que puede verse y que tendrá un público al que satisfará.


FICHA:

Título original: Estocolmo, identidad perdida
Título en España: Estocolmo, identidad perdida
Temporadas: 1 (13 episodios)
Duración episodio: 45 minutos
Año: 2016
Temática: Thriller
Subgénero: Trata de personas
Actores principales: Juana Viale, Luciano Cáceres, Esteban Lamothe, Leonor Benedetto, Jorge Marrale, Adriana Barraza.
Lo mejor: Algunas sorpresas imprevistas
Lo peor: Algunas sorpresas previsibles.
Puntuación: 7

¿Cómo verlo?: Se emite a través de Netflix. Alguna web lo ha colocado on line. 

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