jueves, 11 de octubre de 2018

Burning, o el extraño thriller del pirómano coreano... de Lee Chang-Dong



Hay que ser muy aficionado al cine coreano para resistir una proyección de dos horas y media. Y, sin embargo, ésta lo merece. Se trata de una película interesante, misteriosa, parsimoniosamente lenta, en la que hay que interpretar los detalles y los símbolos. No puede evitarse caer en microsueños a lo largo de tan dilatado metraje como cuando conduces por una autopista de noche y tus párpados ceden a la suave monotonía hipnótica de las líneas blancas de la carretera.

La película fue una revelación en el último festival de Cannes recibiendo alabanzas y parabienes de la crítica y del público. Está basada en un relato corto de Haruki Murakami, autor japonés multilaureado con enfoques surrealistas y cierta tendencia al fatalismo. Con este material, el director Chang-Dong ha compuesto un thriller muy alejado de los estándares occidentales y que, seguramente por eso, sorprende al espectador.

La película nos muestra a un escritor que nunca ha publicado relato alguno y que, entre tanto, ejerce de mensajero y un joven adinerado que sueña con ejercer su pasatiempo: provocar incendios (de ahí el nombre de la película). “Jongsu”, el empleado de mensajería, que se encuentra por casualidad con una chica del vecindario, “Haemi”. Ambos simpatizan y ella le dice al mensajero que va a pasar unos meses en África y que le cuide su gato. Al volver, le presenta a un joven millonario y excéntrico que la corteja y con el que el mensajero se relacionará estrechamente hasta el punto de recibir una extraña propuesta: acompañarle en el incendio de un invernadero. El joven acomodado, al parecer, suele aliviar su estrés mediante el ejercicio de la piromanía. Eso le calma la tensión. Pero, a partir de ese momento, la cinta entra en “modo thriller” y entenderán que no les contemos más. 

Lee Chang-Dong es, en estos momentos, el cineasta coreano por excelencia. Desde 1997 ha filmado distintas cintas, todas ellas ambiciosas y atípicas, que hasta ahora han llamado la atención en Occidente. Ésta, además, ha sido premiada y cubierta de elogios. Es un director que “trabaja” sus películas, siempre hay varios años de distancia entre ellas, tiempo que dedica a perfilarlas con obsesión compulsiva. El resultado son cintas muy bien acabadas que responden sobre todo a la estética y a la narrativa de aquellas latitudes: preciosismo parsimonioso. Los códigos con los que se mueve el cine coreano no son muy diferentes a los utilizados en Japón (por mucho que en ninguno de los dos países guste esta comparación).

El visionado de esta cinta aporta interesantes detalles -la importancia, siempre, está en los detalles- sobre aquel país. En efecto, Burning es interesante por las pinceladas de su morfología. Nos habla de una Corea del Sur dónde los jóvenes millenials sobreviven a duras penas como en cualquier país avanzado. En la actual y moderna Corea del Sur existen los jóvenes con economías modestas, angustiados por las deudas que van contrayendo sus tarjetas de crédito. Mientras, envidian a los “Gatsbys”, individuos misteriosos, adinerados y amorales. Los protagonistas de esta cinta responden a estos arquetipos. La vivienda en donde vive ella “Haemi” ha sido elegida como muestra de hasta qué punto los jóvenes que se han independizado de sus familias están obligados a vivir en chozas claustrofóbicas. 

La película también nos dice mucho sobre la situación política en la frontera entre las dos Coreas que es, justamente, donde se desarrolla la trama. Desde allí, los protagonistas pueden oír a través de altavoces y bafles derrochando vatios, los mensajes, las consignas y las arengas lanzadas desde Corea del Norte. Nos habla también de dos formas de ver la libertad de bailar y desnudarse en el atardecer.  El pobre, envidioso y obsesionado Jongsu le dice, al finalizar, a Haemi que es una puta. 

El espectador deberá estar pendiente y luchar contra la tendencia que le invadirá en algunos momentos y le sumirá en breves microsueños, no por aburrimiento, sino más bien por la hipnosis que sugieren algunas escenas. Si consigue mantener la lucidez a lo largo de toda la proyección verá la aparición de símbolos esparcidos a lo largo de todo el metraje. El primero de todos ellos es el que la protagonista femenina dice haber sido compañera de escuela del mensajero, pero éste no le recuerda. Ella afirma que ha cambiado… se ha hecho cirugía estética. Y que si lo ha hecho ha sido por culpa del mensajero que, siendo compañeros de clase, la consideraba fea. Ahora la ve con otros ojos y se deja seducir. Y luego está ese gato que ocupa un lugar preferente en la cinta (y el drama es que no podemos contarles el por qué, pero el final está marcado por la presencia de este misterioso animal doméstico). La sucesión de símbolos es tal que cada escena tiene alguno presente. Los orientales son así… y corresponde al espectador occidental captar, asimilar e integrar esos símbolos porque, en el cine coreano, suelen decir mucho más que las frases o la acción de los protagonistas.

Película muy interesante desde todos los puntos de vista, original, creativa, sugerente, misteriosa y transida de pasiones y obsesiones humanas. ¿Las dos horas y media? Su hándicap. Parece como si el tiempo Coreano transcurriera más lentamente en Europa. De ahí la inadaptación del cine coreano a la forma de ser europea. Pero tal inadaptación solamente puede ser compensada por un interés y una intriga crecientes en el relato. En esta película este elemento está presente y es el capital. Película para amantes de los ensayos cinematográficos orientales. Aconsejable para los aficionados a los thrillers que no tengan excesiva prisa en ver el final. Gustará a los amantes de películas atípicas y a los estudiosos del alma humana, a los que aman el pensamiento simbólico y a los lectores de Murakami.

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