lunes, 10 de junio de 2019

Apollo 11... de Todd Douglas Miller



Un documental que permite sentir de nuevo la experiencia de la llegada del Apollo 11 a la Luna. Ver este documental supone, casi, ver la misión por primera vez. Para los que recordamos aquel momento ha sido un viaje en el tiempo, para las generaciones posteriores puede ser una experiencia ilustrativa de cómo eran las cosas a finales de los 60. Si la CNN ha impulsado este documental ha sido para conmemorar el 50 aniversario de aquella fecha.

Su director, Todd Douglas Miller, ha utilizado imágenes de archivo facilitadas por la NASA, uniéndolas hábilmente para reavivar el sentimiento de haber asistido a uno de los momentos álgidos de la historia de la humanidad. El documental se prolonga desde los preparativos del lanzamiento de la nave espacial, hasta el desfile por la Michigan Avenue de Chicago con el “Bienvenidos a casa”.


Las imágenes de hace cincuenta años han sido restauradas de manera espectacular. Muchas de ellos han permanecido inéditas hasta ahora. El resultado es una imagen tan nítida que podría haber sido filmada hace apenas unos días… y, sin embargo, ha pasado medio siglo. Quizás este extremo figure entre lo más sorprendente del documental.

Llaman la atención cómo se preparan los tres astronautas para la misión que les llevó a poner el pie en el satélite en julio de 1969. Hay algo de “religioso” en todo ello: llaman la tonalidad blanca e inmaculada de los trajes espaciales, con conectores rojos y azules para recordar los colores de la bandera norteamericana. Resulta sorprendente constatar que en la carrera espacial que se estaba llevando a cabo en el otro lado, los astronautas soviéticos eran seleccionados, entre otras cosas, por su calidad moral y su nivel cultural, además de por su preparación física y su capacidad técnica. También en la URSS la conquista del espacio tuvo un carácter “religioso”: quien debía viajar al espacio debía ser alguien “virtuoso” y cultivado. No era el caso, desde luego, de Neil Amstrong, que incapaz de hablar de algo más que de beisbol y de tostadas y copos de avena. Dijo a regañadientes las frases que pasaron a la historia como propias (aquello de “un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad”).

El documental que nos presenta Miller es un recordatorio nostálgico, aunque excesivamente aséptico, de lo que significó salir del planeta Tierra. En 2019, aprovechando equívocos y silencios, todavía circula la versión de que todo fue un montaje: y, sin embargo, es cierto, el hombre llegó a la Luna. Al menos dos representantes de la especie. 

Algunos de los detalles son curiosos y algo irónicos: a pesar de utilizar la tecnología más avanzada en aquella época, solo unos minutos antes del lanzamiento, los técnicos tuvieron que apretar unas cuantas tuercas con sus llaves inglesas, porque se había producido una fuga de combustible. La escena ha sido guardada en secreto por la NASA hasta nuestros días.

El documental dibuja la historia de la misión con rapidez, moviéndose siempre hacia adelante, como si se tratara de una metódica presentación en Power Point. Algunas de esas escenas, particularmente las que muestran el Control de la Misión en Houston y todo lo que ocurrió en torno a la plataforma de lanzamiento, están filmadas con sorprendente arte y creatividad. Parecía que la industria del cine hollywoodiense estuviera detrás para vender un producto a fin convencer al contribuyendo de seguir financiando la carrera espacial. De hecho, lo que la NASA estaba vendiendo desde el inicio de las misiones Apollo era “espectáculo”: solamente así podría convencerse al público norteamericano de que el presupuesto federal aportara fondos ingentes para la conquista del espacio.

A la hora de valorar este documental, resulta inevitable recordar el fracaso de la taquilla de la película biográfica First Man (2018) biopic sobre Neil Armstrong del año pasado, protagonizado por Ryan Gosling. Sospecho que los detractores de First Man, preferirán mucho más este documental de Todd Douglas Miller, que evita profundizar en la irregular vida personal de Armstrong, Aldrin y Collins. 
Miller consigue realizar un retrato oficial de aquella misión. Dejando aparte el interés histórico de las escenas, el concepto es tan banal y superficial como su realización. La parte más positiva es que Apollo 11 es, ante todo, una historia de tecnología y humanidad. Los EEUU, después de los cambios bruscos y de la violencia política que se había apoderado del país en los años 60, precisaba de un éxito patriótico y existencial y, por encima de todo, quedar superiores a los rusos frente al mundo. Eso se consiguió gracias al espectáculo que el programa Apollo, ofreció al pueblo norteamericano. Esta es la parte que no queda reflejada en el documental. 

Algunas de las imágenes más impactantes del documental muestran los cientos de personas que trabajaron en el Control de la Misión durante el curso de la misma: filas y filas de científicos y técnicos en largas mesas, cada una mirando a los monitores de primitivos ordenadores, paneles de botones y bancos de interruptores, algunos tomando notas en papel. En aquel momento, todo aquello parecía ciencia ficción, hoy sabemos que el conjunto de los ordenadores que se utilizaron entonces tenían una capacidad de memoria muy limitada, idéntica a las del IBM PC que inauguró en los años 80, la era de la informática.

El problema es que, por impactantes que sean las imágenes, Miller nunca transmite la más mínima sensación de lo qué está haciendo cualquiera de ellos, qué funciones controlan sus interruptores y botones, qué estructura de consulta y comando los mantiene trabajando juntos. Los trata como extras sin frase, meros figurantes.

Cuando la historia se mueve hacia el Control de la Misión, a menudo se divide la pantalla como en los documentales de conciertos de los 70 como (de los que Woodstock supuso el clímax).  El ambiente del concierto de rock está basado por la vibrante partitura electrónica de Matt Morton, basado en un sintetizador Moog de la era analógica sonido que se encuentra en  los álbumes de los Beatles, Who o Stevie Wonder.

El balance final que podemos realizar de este documental es que contiene material y detalles sabrosos, pero, es un producto demasiado esterilizado como para ser significativo en nuestras vidas. Hubiera sido necesario imprimirle más emoción y emotividad. Con todo, es una herramienta preciosa para conocer, objetiva y desapasionadamente, cómo discurrió aquella aventura.

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