martes, 7 de mayo de 2024

La Función de José Gasset


LA FUNCIÓN, o el teatro de la vida

De José Gasset sabíamos sólo que había dirigido Putos modernos en 2023, pensado inicialmente para Instagram y recuperado como miniserie por Filmin. No era mucho: apenas cuatro episodios de menos de tres minutos, pero que dejó unas cuantas pinceladas inolvidables sobre las contradicciones, paradojas e ironías de la modernidad. Ahora vuelve con una película financiada mediante crowdfunding, La función, que lo tiene casi todo para sorprendernos. Ya no estamos hablando de esqueches minúsculos sino de un largometraje de algo más de hora y media. Lo que se dice una ópera prima.

Cuesta entender en la primera media hora qué es lo que nos está queriendo decir Gasset. Tras el desconcierto inicial, todo se entiende perfectamente. La primera sensación que tuvo el que suscribe, en esa primera media hora de confusión, fue recordar aquel episodio de la serie Seinfield, en la que Jason Alexander, a la sazón “George Constanza”, propone realizar una serie de televisión a su amigo el monologuista que daba nombre a la serie. Cuando éste le pregunta de qué iría la serie, “Constanza” le responde: “nada, no tratará de nada”. Esa fue la primera impresión que nos acompañó durante los treinta minutos iniciales: La función no va de nada, no trata nada, no sugiere nada, no nos dice nada.

Tuvimos incluso la tentación de desconectar. Y, sin embargo, de repente, todo cambia y la hora que sigue nos induce a introspeccionarnos y a pensar. Cuando nos sentamos en la butaca de la sala de proyecciones queremos que nos lo den todo hecho: pero, de tanto en tanto, a algún director se le ocurre que, no está más que el espectador ejerza “la funesta manía de pensar”.

El protagonista de La función, simplemente, compra una entrada para una sesión teatral personalizada. Verá en acción e interactuará con dos actrices que conocen bien sus papeles de tanto repetirlos. El lugar, será una casa como otra cualquiera, en una ciudad poco comunicativa. Para las dos actrices, el mismo diálogo se prolonga hasta en tres ocasiones. Están ofreciendo el “espectáculo de la vida” a aquellos cuya existencia no es lo suficientemente intensa como para tener la sensación de vivir. En realidad, nunca está muy claro si vivimos o soñamos que vivimos. Nuestro sentido de la presencia suele estar atenuado. A veces -como en La función- desearíamos vivir otra realidad, que no nos comprometiera excesivamente; banal, incluso, pero que nos ofreciera el aliciente de nuevas perspectivas y nos permitiera interactuar con otros que parecen tener una vida sólo un poco más intensa que la nuestra. Esta es la motivación del protagonista. La Función va subiendo de tono, especialmente hacia el ecuador, cuando el protagonista quiere insertarse en esa “otra realidad”, pero su tiempo se acaba: la “entrada” que ha comprado tiene una validez temporal limitada. Tras él, otro espectador ocupará su plaza para la misma función. Y se rebela, y se niega. Quiere vivir una realidad, “la realidad”, odia las representaciones teatrales y su falsedad. Quiere vivir, ser también actor, no solo espectador. Y, además, quiere ser actor de su propia realidad. Se enfurece. Y, finalmente, vuelve a la calle, desesperado y decepcionado, en una gran ciudad oscura, solitaria, fría, distante.

A partir del minuto treinta, poco más o menos, cuando ya se vislumbra por donde va la cosa, dejé de pensar en Seinfeld. Pensé que “No hay nada nuevo bajo el sol”. Me explico. José Gasset es un cineasta de nueva hornada. Lo que ha hecho, en la práctica, es “cine experimental”. Me ha recordado a aquellas cintas que proliferaron en la segunda mitad de los sesenta, en donde los cineastas jóvenes y con ambiciones de innovar el celuloide querían aportar nuevas formas de contar historias, nuevos conceptos, nueva expresividad. Era frecuente que carecieran de medios suficientes para abordar proyectos de envergadura, así que debía recurrir a la autofinanciación y al sistema cooperativo de producción. Eran una especie de hombres-orquesta que lo mismo dirigían la película, la producían y realizaban el casting, como elaboraban el guion e, incluso, aparecían como actores. Sus producciones eran diferentes a las habituales. Había una alta dosis de subjetividad en el tratamiento de los temas. Y, mira por dónde, filmaban también en blanco y negro. Sabían que sus producciones no tendrían acceso a las grandes distribuidoras, pero confiaban en que suscitaran el interés en cineclubs y salas de “arte y ensayo”. Los nombres de José María Nunes, de Jacinto Esteva, de Pedro Portabella y demás, que en la segunda mitad de los 60 dieron que hablar con su “Escuela de Barcelona”, realizaron un cine razonablemente parecido en sus formas, en su ejecución y en su fondo, que el que nos ofrece José Gasset con esta cinta.

Sobre los aspectos técnicos e interpretativos, cabe decir que los tres actores sobre los que recae el peso, cumplen con creces lo que el director les ha exigido: Blanca Parés parece vivir su papel de actriz espontánea que destinada a repetir las mismas frases ante cada espectador que llama a su puerta. Otro tanto cabe decir de Nuria Prims, con varias películas a sus espaldas que aquí es la actriz madre de la anterior. En cuanto a Luis Heras, el primer espectador, tímido al principio, cortado y balbuceante, se va sumergiendo en su papel de espectador “activo” que cada vez se introduce más y más en el espectáculo teatral que ha pagado para ver. De titubear e ir inseguro, pasa a situaciones de cabreo, de negación, de autodestrucción y desesperación.

Dos observaciones: el uso del plano-secuencia para expresar situaciones y tensiones. La ausencia de música que resalta los silencios, los decorados minimalistas, casi esenciales, que desplazan el énfasis hacia los diálogos y las situaciones, más que a los entornos y a las impresiones. ¿El punto débil? Que en algún momento falla la sonorización.

¿El resumen? Vuelvo a Seinfeld, a “George Constanza” y su idea de una serie que trate sobre “nada”. Lo que nos ha ofrecido Gasset son 90 minutos de “nada”. El teatro de la vida, a fin de cuentas, es eso: “nada”. “Lágrimas bajo la lluvia” que decía el “Roy” de Blade Runner. Pero es que eso es la vida. Inevitable pensar también en aquella arenga de un sargento de la Primera Guerra Mundial poco antes de una carga a la bayoneta: “¡Perros, queréis vivir eternamente!”. Darse cuenta de que la vida es un teatro y que solo hemos pagado entrada para ver una función en la que ni siquiera somos protagonistas, es duro. Pero es la vida. Es lo que le tenemos que agradecer a José Gasset y a su película.

#LaFuncion #JoseGasset #NueveCartas

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