jueves, 27 de octubre de 2016

El Ciudadano Ilustre



El milenio empezó bien para el cine argentino en los últimos diez años. Desde que se proyectó Nueve Reinas (2000) aquella cinematografía ha ido subiendo el tono y elaborando productos cada vez de mayor calidad. Incluso en televisión, las series argentinas han alcanzado el nivel de excelencia con Cromo. A partir de ahora ya no basta con que nos satisfaga cine en castellano con otro acento: debemos ser conscientes de que la creatividad de aquellas latitudes figura entre las más dinámica del mundo. De ahí que no haya constituido una feliz sorpresa, sino algo esperado, la película El ciudadano ilustre que revalida la calidad de los productos allí facturados.



Resumimos el guión: un joven abandona el pueblo, Salas, en el que nació. Durante los siguientes veinte años, transcurridos en Europa, se convirtió en un escritor consumado que obtuvo el Premio Nobel. Las novelas que le han valido el galardón están inspiradas en situaciones y personajes reales que conoció durante su vida en Salas. No es un tipo que ame la fama ni la popularidad, sin embargo, acepta la invitación que recibe del ayuntamiento de su pueblo para recibir la medalla de Ciudadano Ilustre, inaugurar una estatua a él dedicada,  impartir un curso sobre creatividad artística y elegir el merecedor a un premio de pintura dado por la municipalidad. Tiene curiosidad e incluso interés en saber qué ha ocurrió con los que un día fueron sus vecinos. Sin embargo, pronto entiende que las cosas no han cambiado mucho en los últimos veinte años y que la vida rural es completamente diferente a lo que él está acostumbrado.

El guión es original y las situaciones son imaginativas. Hay que entender algo del carácter argentino. Posiblemente pocos escritores como Jorge Luis Borges remecieran el Premio Nobel de Literatura. No solamente inspiró a dos generaciones de escritores argentinos, sino que, fue uno de los autores más conocidos a nivel mundial. Todavía se ignora porque el tribunal sueco se negó reiteradamente a reconocer sus méritos y, especialmente su calidad narrativa y su utilización del lenguaje, y concedió el premio a otros autores de los que hoy no queda ni el recuerdo. Con Julio Cortazar pasó otro tanto. Argentina cuenta con dos premios Nobel de Medicina, uno de Química y dos premio Nobel de la Paz, como mínimo, uno, más que discutible. Pero de Literatura nada. 

Esta carencia y la sensación de que especialmente Borges (pero también Cortazar) lo hubieran merecido, constituye una herida en el orgullo y en la dignidad argentina. De ahí que la figura de “Daniel Mantovani”, protagonista de El ciudadano ilustre, adornado por la condición de Premio Nobel de Literatura, haya sintonizado con un resorte de la sensibilidad de aquel país. De hecho, la película ha recibido calurosas críticas y una unanimidad entusiasta tras su estreno en la sección oficial del Festival de Venecia y, tres días después, en los cines de su tierra natal. Ahora, con un retraso de dos meses, nos llega a España. Es de augurarle que también en nuestro país tenga el éxito que merece.


La película está rodada en clave de tragicomedia. En las distintas escenas se pone en evidencia la contradicción entre lo rural y lo cosmopolita. Para el autor será un retorno a sus orígenes y la confirmación de que cuanto vio y percibió en su infancia y juventud no era erróneo, ni desenfocado. Para los habitantes de Salas, en cambio, supondrá la introducción de un elemento disonante con su propia inercia. Poco a poco, las situaciones ganarán en dramatismo e intensidad, hasta llegar un momento en el que el carácter festivo de la película se convierta en drama puro y duro. ¿La moraleja? No hay encuentro posible entre ambas formas de ver el mundo y la vida. Quien se ha visto afectado por el virus del trotamundos, ya no tiene lugar en un ambiente pequeño y claustrofóbico. Cuando uno llega a un pueblo como Salas, lo mejor es dejar que las cosas sigan como estaban, no intentar cambiar nada, ni ir a contracorriente de nadie, o de lo contrario, uno se sentirá como un pez fuera del agua, e incluso como un pez tostándose en la freiduría.


La película mantiene el interés a lo largo de las dos horas de proyección con algunos breves altibajos, acaso para que el lector se reponga y esté preparado para nuevas escenas que, sin duda, golpearán en lo más profundo de su espíritu. Se habla de literatura y de arte, de cultura en general y se retrata la psicología profunda de las pequeñas poblaciones argentinas (que no son muy diferentes a las de cualquier equivalente en la Península, por cierto). 

El artífice de la idea y el creador del Premio Nobel de Literatura argentino que nunca existió es Andrés Duprat que ha encontrado en Gastón Duprat y Mariano Cohn, propietarios de la productora Televisión Abierta, a los colaboradores necesario para poner en marcha un film que ocupará un lugar ilustre en la nueva cinematografía argentina e hispana. El guión ha sabido atribuir a la figura de Daniel Manttovani, un historial completo para hacer dudar, incluso, de si era solamente un personaje de ficción. ¿Puede dudarse de la existencia de un personaje del que en Wikipedia incluso figura su biografía y su historial profesional? “Daniel Mantovani, nació en la localidad argentina de Salas, Buenos Aires, en 1954. De temprana vocación literaria, su vida profesional se desarrolló integramente en Europa desde los años setenta, viviendo en ciudades como Londres, Berlín, Roma y Barcelona, en donde reside en la actualidad, experiencia que imprimió en su obra una mirada distanciada y sin concesiones de su tierra natal, volviéndola territorio universal. Seis sillas vacías (2007), Los fuegos artificiales (2000), Los buenos y definitivos tiempos (1994), Mañana con Gloria (1984) y Un día y muchos días' (1979) son algunas de sus obras fundamentales. Ha obtenido numerosas distinciones académicas y premios internacionales, entre los que destaca el Premio Nobel de Literatura, el Royal Academy Prize y el Premio Víctor Hugo. Sus novelas han sido traducidas a más de cuarenta y ocho idiomas.”


El papel protagonista le corresponde a Oscar Martínez que alterna sus papeles en cine y teatro con el trabajo de autor y director teatral. Lo vimos en uno de los episodios de Relatos Salvajes (2014) y en La patota (2015) que recogió distintos premios en festivales de cine europeos y americanos. Está especializado en papeles cómicos y, desde 1974 viene apareciendo en series y producciones televisivas. Tanto él como el resto de compañeros de reparto nos demuestran que en Argentina existe una cantera interminable de actores capaces de salir airosos de cualquier apuesta narrativa.

Se trata, en definitiva, de una película aconsejable, especialmente para quienes hayan vivido experiencias similares y estén aquejados de morriña por el recuerdo de la tierra natal. También a los que quieran tener una visión de lo que es la vida en pequeñas comunidades. A los seguidores del cine argentino o de las cinematografías hispanas, esta película, simplemente, les encantará. 

Puntuación: 8


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