domingo, 20 de agosto de 2017

Una cita en el parque... con Diane Keaton y Brendan Gleeson




Los veranos tienen sus películas y las productoras suelen lanzar en esos meses películas sencillas, más o menos bien hechas, con argumentos banales, sin grandes complicaciones existenciales y, sobre todo, que sean entretenidas. No son meses para películas de grandes presupuestos (en verano baja el volumen de negocio de casi todos los sectores salvo el turismo y la hostelería) que serían difícilmente amortizables (prevemos un fracaso comercial para Dunkerke), sino para cintas como ésta: Una cita en el parque.

Del cúmulo de películas estrenadas en los veranos pocas se suelen salvar de la crítica. Pero hay algunas que sobresalen. Ésta, por ejemplo. La gracia de esta película es que es desengrasante, ligera, entretenida y puede gustar a determinado tipo de público que ha superado los sesenta y tiene más camino recorrido que el que le queda por delante. Un comentarista norteamericano decía que esa película “huele a desodorante”. Mejor que huela a desodorante que a desinfectante hospitalario, a zotal taleguero o a simple basura. Pero si es cierto que la película puede ser solamente asumida y admitida por un público de cierta edad. De hecho, la película ha sido concebida para ese segmento de población: se trata de un público que desde siempre estuvo habituado a visitar las salas de proyección, que ha llegado tarde a la era digital y que, en verano, tiene derecho a productos propios. 

¿De qué va Una cita en el parque? Lo que el espectador va a ver es un parque londinense en el que vive la protagonista, “Emili Walters” (Diane Keaton), viuda y descuidada que un buen día descubre a otro habitante de la zona (Brendan Gleeson) con el que hace buenas migas. Ambos son, en parte almas gemelas y en parte opuestos irreconciliables. Sin embargo, ella logra enderezar la vida de su nuevo amigo. ¿Cómo termina? Sería spoiler revelarlo, pero cabe decir que ni el final ni toda la película en sí es una novela rosa.

De todas formas, la cinta no puede evitar entregar algún mensaje ideológico a los espectadores. Éste viene dado por el hijo de “Emili”, preocupado por sus problemas económicos y por estar querer evitar mantenerla. Le conmina a que afronte urgentemente sus deudas, problemas económicos y futuro. Parece como si el Estado quisiera decir a la “tercera edad”: “búscate la vida, porque no sabemos hasta cuándo podremos pagarte la jubilación y, desde luego, con eso no te bastará”. Mensaje ultraliberal por excelencia y muy acorde con los tiempos que corren. Los espectadores asistirán a la escenificación de un cuento contado con la mejor de la intenciones adornado de ecologismo, luchas judiciales, inversores, inmobiliarias, rasgos todos, junto al ultraliberalismo, propios de nuestro tiempo.

Seguramente todos habremos conocido en nuestras vidas al personaje interpretado por Diane Keaton, una buena samaritana lastrada por su propia personalidad: preocupada por ayudar a los demás (en este caso a Gleeson), solidario, que vive los problemas ecológicos y medioambientales con una intensidad desmedida y que para colmo es capaz de luchar para resolver los problemas de la población de las Galápagos o de cualquier lugar olvidado de África, pero incapaz de ayudarse a sí misma. “Emily” se vuelca en ayudar al otro habitante del parque, lo protege, le quiere solucionar la vida, enderezar, mientras la suya propia va a la deriva. 


Y la Keaton está particularmente brillante. Si en Cuando menos te lo esperas (2003), trató de enamorar a un Keanu Reeves con 20 años menos de diferencia, ahora con sus buenos 71 años cumplidos, vuelve a repetir con un Gleeson diez años más joven. Hace un buen papel, mientras Gleeson defiende como puede el suyo, no por falta de méritos, sino porque los guionistas se han concentrado en el personaje femenino y han dejado el suyo bastante descuidado.

La película se apoya especialmente en la actuación de los dos protagonistas. El resto de elementos visuales y narrativos, son correctos. No esperen grandes tomas, ni una fotografía o una banda sonora de campanillas: es una película para el verano del 2017, no una genialidad destinada a ocupar una página propia en la historia del cine. De hecho, uno de los grandes méritos de la película es que aspira a contar una historia, intrascendente salvo para sus protagonistas, y a contarla bien. Lo que hoy puede ser considerado como un elogio a la vista de la calidad media de los productos veraniegos. 

¿Cuál es el mensaje final de la película? Es diáfano: si usted ha conocido el amor a lo largo de su vida, pero no le ha ido lo que se dice muy bien, si lo ha conocido pero lo perdió más tarde, si no lo ha conocido jamás, si espera encontrarlo algún día, esté tranquilo, a los setenta años todavía se puede encontrar un compañero de vida con el que recorrer juntos (o a algunos metros de distancia) el último tramo. O dicho de otra manera, no pierda la esperanza de que en algún lugar, en alguna dimensión, existirá alguien complementario a usted que pueda ser su compañero/a.


Como hemos dicho desde el principio, la película gustará sobre todo a los miembros de la “tercera edad”. Está pensada para ellos. Pero eso no quiere decir que no merezca ser vista por otros: cualquier hijo o nieto que quiera regalar a los abuelos una película entretenida, puede elegir esta con la seguridad de que les dará una satisfacción. Si usted también está próximo a esa edad y no ha logrado estabilizarse sentimentalmente, seguramente encontrará aquí alguna inspiración o argumentos para ver el futuro con más optimismo. También convendrá a los que quieran entender la psicología de los más veteranos, lo que piensan, lo que sienten y cómo perciben la vida que, definitivamente, es de manera diferente a la juventud o a los diferentes tramos de la madurez. 


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