domingo, 19 de mayo de 2019

Lisboa 2019. Cascais, Setúbal, Caldas da Rainha, Peniche



Siempre resulta un placer viajar a Portugal y el hecho de hacerlo de manera intermitente permite analizar con más objetividad qué es lo que ha cambiado desde la última visita. La última vez que estuvimos en Lisboa fue en 2013. En Oporto estuvimos en 2015 y la última que volvimos fue apenas hace ocho meses. En esta última fecha, ya nos pareció que el turismo había crecido excesivamente y que el centro histórico de Oporto estaba literalmente saturado de extranjeros, especialmente ingleses. Afortunadamente, en la periferia de la ciudad, el clima era muy diferente. Ahora hemos podido comprobar esa misma tendencia en Lisboa. Y eso plantea la primera observación.



Lisboa y el turismo de todo el año

Portugal no es un país preparado para acoger a un número creciente y desmesurado de turistas. De hecho, ningún país está en condiciones de recibir a turistas sin límite alguno. Eso se nota en que infraestructuras, como el propio aeropuerto de Lisboa, hace apenas seis años estaban en condiciones de responder a las exigencias de la industria turística local, pero ahora están manifiestamente desbordados. Se trata de un aeropuerto de tamaño medio en el que, hasta no hace mucho, existían lugares cómodos y amplios para realizar las esperas. Ahora eso se ha acabado: cada vez más, los espacios alquilados a las compañías para que realicen los check-ing se van comiendo espacio para el turista. Han desaparecido aquellos lugares tan cómodos que, en otro tiempo, servían para relajarse y asumir una espera de horas, o para recargar los móviles. La primera sensación es que el aeropuerto se ha empequeñecido y que las masas que pasan por él son excesivas para su capacidad. 


Esta primera sensación de que el turismo ha crecido en Portugal más allá de lo soportable y que el país no estaba preparado para ello, se va reforzando a medida que el visitante prolonga su estancia. En condiciones normales, un país desciende sus niveles de actividad en los fines de semanas y, por tanto, se puede permitir la disminución de los empleados que están trabajando para las distintas compañías de transporte. Sin embargo, en un país turístico, el ritmo de trabajo no desciende en los fines de semana, sino que, incluso, aumenta. La estación de Cais do Sobre (tren, metro, bus, tranvía y ferry), por ejemplo, a las 11:00 de la mañana del domingo estaba saturada. Con solamente un empleado vendiendo billetes en ventanilla y tres máquinas automáticas, las cosas eran interminables y la espera media para comprar un billete no debía ser inferior a los 25 minutos. 

Otro problema es que, ni en día laborable ni mucho menos en festivos, existen ventanillas de información. Si se quiere alguna información hay que preguntarla al funcionario que vente el billete, aumentando así las colas, los retrasos, las esperas. Por lo demás, a los funcionarios se les requiere para que respondan a cuestiones variadas y, dada la dispersión existente en Portugal de compañías de transporte y a la inexistencia de ventanillas de información en muchas estaciones ferroviarias (y en todas las estaciones de autobuses), aquellos a los que se les pregunta responden, o bien de mal humor (porque su trabajo es vender un billete o conducir un autobús) o bien lo hacen con la mejor intención del mundo, pero sin tener información fehaciente sino hablando de oidas.

Inicialmente, pensábamos ir a Setúbal en tren, luego resultó que, al comprar el billete para Cascais nos informaron que se podía ir a Setúbal en trasbordador… lo que no nos dijeron era que, una vez al otro lado del Tajo, era preciso tomar un autobús y que en domingos esa línea, simplemente, no funcionaba… Lo que nos implicó ir y volver en trasbordador y esperar unos 45  minutos a un autobús que no existía en una estación bastante grande, pero en la que no había ninguna ventanilla de información (cómo luego nos volvió a ocurrir en la estación central próxima a la Zona de la Exposición Universal - Sete Ríos).

A esto se une el problema de que cuando se requiere a Google para que informe sobre recorridos, rutas y medios de acceso a tal o cual localidad, la información no solamente no es segura, sino que, en ocasiones, incluso, es errónea, engañosa o excesivamente complicada. Nos hemos encontrado en varios momentos con que las rutas que teníamos que seguir desde la estación de tren o de bus hasta el lugar al que queríamos ir, era el doble de larga siguiendo las instrucciones de Google. Hay que advertir que tampoco tiene incorporados los horarios de las líneas de autobuses.

Otro problema más: en Portugal existen varias líneas de ferrocarril y de buses y cada una de ellas lo hace con distintos principios y reglas. Un detalle curioso es que en la misma ventanilla de Caldas de Rainha en la que se vendían billetes para Lisboa, se vendían también para Peniche, pero las compañías (y las reglas) eran diferentes, con lo que, en una línea nos hacían descuentos por jubilados… y en la otra no.  Atención se pagaba en efectivo o tarjetas de crédito portuguesas, el resto no las admitían. 

En una parte importante de las estaciones de trenes y de buses, los empleados de ventanilla ignoran cualquier lenguaje que no sea el portugués. Y el portugués de Lisboa es muy cerrado y prácticamente imposible de comprender. Las explicaciones se hacen difíciles, casi imposibles y los malentendidos son frecuentes, incluso las informaciones erróneas. Es fácil ver vagando por las estaciones a turistas de todas las nacionalidades, desesperados y confundidos, sin saber bien ni dónde preguntar ni qué hacer. Moverse en esas circunstancias es una cuestión de azar: si se tiene suerte, algún funcionario simpático y servicial puede orientar al viajero, si no, está perdido. Otro problema: en alguna estación de autobuses (nos pasó en Setúbal) a determinada hora (19:00) se cierran las ventanillas, no hay paneles luminosos que indiquen salidas o llegadas, ni, por supuesto, mostrador de información.

Otro problema negativo: los recuerdos turísticos. Hace seis años existía más diversidad en los gadgets turísticos, ahora todas las tiendas de este ramo son propiedad de pakistaníes y todas, absolutamente todas, venden los mismos objetos en toda la ciudad… objetos que no son diferentes de los que se venden en Barcelona, en Roma, en Edimburgo o en París. También aquí, hay buenos vendedores y vendedores que pasan de todo y tienen al turista como a un incauto al que se le puede colocar cualquier baratija. Pero si alguien quería diseños lisboetas de ropa, joyería de vanguardia, recuerdos con diseños avanzados, tiendas de tejidos modernos, simplemente, han desaparecido. Algo que admirar y aprender.

La inmigración ha aumentado en Lisboa. En algunos barrios de manera espectacular. Lisboa es hoy lo que no era hace seis años: una ciudad con barrios multiétnicos. En las zonas más turísticas y durante el día hay muchos mendigos por las calles, bastante de nacionalidad rumana. 

Otro problema de la capital: así como hace seis años apenas habían pintadas en las calles, ahora hay zonas en las que la densidad de pintadas ha saturado los muros. Uno de los lugares más típicos de Lisboa es el elevador de Santa Justa que lleva desde la zona baja próxima al puerto, hasta el Bairro Alto. Todo el recorrido del elevador está absolutamente plagado de grafitis de malísimo gusto (firmas). Es una mala señal. Y eso que soy fan de las pinturas realizadas en murales que son obras artísticas estupendas.

Vayamos ahora a los aspectos positivos del viaje.

Hemos residido en Penha França, un barrio construido durante el “Estado Novo” y que, íntegramente, responde a las características de la arquitectura art-deco. No habíamos visto una aglomeración tal de edificios de estas características en ningún lugar del mundo. Es un barrio de los que nos gustan a nosotros: tranquilo, con gentes que trabajan y viven sin ruidos, sin estridencias, sin problemas de convivencia. 

En este tipo de barrios abundan las “pastalarias” y los restaurante populares, los establecimientos de venta de comida casera (frango, etc), las plazas con chiringuitos para sentarse, en donde los abuelos juegan a las cartas, los niños juegan y los colgaos -en toda Europa hay más o menos densidad de colgaos- fuman sus porritos. En uno de estos parques, una antigua cabina de teléfonos (estilo inglés) había sido transformada en “librería”: la gente dejaba dentro libros para que otros los lean. Una gran idea.

Las “pastelarias”: las hemos visto en todo Portugal, es una forma de desayunar o merendar. Cafés servidos de distintas maneras, pastas dulces y saladas. Lugares tranquilos para estar un buen rato (aunque muchos lo hacen fugazmente). El café portugués es muy suave. Algunas de estas “pastelarias” tienen el aspecto de los años 50 y 60. En la estación de autobuses de Caldas de Rainha, un edificio, típicamente art-deco de los años 40, la cafetería Capristanos responde a estas características. Incluso de puede comer a buen precio. 

Comer: cita en la cervecería Portugália en Lisboa. Buenos precios, buena comida y mejor cerveza. Bacalao y marisco. Un consejo: pedid solamente un plato, es suficiente. Incluso las ensaladas dejan lleno. La cerveza Super-Bock la sirven en todas partes a temperatura correcta. Suave y refrescante. Las croquetas de carne y bacalao las encontraréis aceptables en casi todos los lugares. Todo depende de la cantidad de puré de patatas que hayan añadido. En algún establecimiento del centro, de esos sólo para turistas incautos, se pasan. Lo aconsejable es pedir una croqueta, inicialmente, para probar y ver si es de calidad o sólo para público poco exigente. 

Cascais: un lugar a menos de una hora de distancia de Lisboa. Es una ciudad turística que, en otro tiempo, fue de pescadores y algo de eso ha quedado. Buenas playas. Caminando se puede ir a la más estirada Estoril donde residieron en la postguerra los reyes destronados de media Europa. Pero si, en lugar, de la línea de la costa, nos vamos algo hacia el interior, encontraremos algunos parques encantadores en Cascais. Uno particularmente nos ha llamado la atención: estaba repleto de patos y gallos por todas partes. Es el Parque Mariscal Carmona. Enorme y variopinto, especial para huir del ajetreo propio de la línea de la costa. A no perderse, el palacio de Seixas, una especie de capitanía marítima. Cascais mantiene algunos aspectos que me recuerdan a Sitges de los años 50-60: chalets con personalidad, edificios con gusto, calles que van a dar a parques agradables, zonas más ajetreadas, etc. Yo recomendaría que si el viajero va a Lisboa y tiene tiempo libre, tome el tren en la estación de Cais do Sodre (pasará por el monumentos a los descubridores, por delante del convento de los Jerónimos y por la Torre de Belén), todos bien visibles, y se plantará en menos de una hora en Cascais. Luego, el camino hasta Estoril se puede realizar a pie siguiendo la línea de la costa.

Setúbal: con un bonito centro histórico y un frente de mar con edificios art-deco, marisquerías y “pastelarias”. Es una población en la que va faltando gente joven que marchan a otras ciudades u otros países por trabajo. Hay una comunidad muy amplia de brasileños. Setúbal es ideal para perderse y para gente que quiera pasar desapercibida.

Peniche: situado a unos treinta kilómetros de Caldas de Rainha, en una especie de península rodeada de mar, población, en otro tiempo de pescadores, con un fuerte del siglo XVIII (como en casi todas las poblaciones portuguesas costeras) y miradores sobre el Atlántico. Es el único sitio del mundo en el que se multa a los vehículos -y no a las personas- que asoman excesivamente al vertiginoso acantilado que se abre sobre el atlántico.

Óbidos: próximo a Caldas de Rainha, rodeado con una muralla defensiva y con un largo acueducto romano que constituyen los atractivos esenciales de la población.

Caldas de Rainha: ciudad de tamaño medio, situada en el interior, al norte de Lisboa, extremadamente tranquila. Existe un centro comercial “La Vie” y, frente a él, un parque extraordinario con lugares recoletos, barcas, patos y cisnes. Tuvimos la suerte de albergarnos en un ático cómodo y muy bien decorado, situado muy cerca de la escuela de Bellas Artes y del Centro de formación de sargentos del ejército. También aquí abundan las pastalarias y los restaurantes en las calles más céntricas. Tiene unas calles comerciales en donde puede encontrarse de todo y un mercado de frutas al descubierto próximo al ayuntamiento y abierto por las mañanas. La ciudad fue termal hasta que el centro entró en desuso y hoy puede verse el edificio cerrado y abandonado, aunque en buen estado, solamente una galería cubierta se puede visitar. Al parecer, allí fueron a recibir tratamientos termales algunos personajes ilustres del siglo XIX y de ahí viene la fama del lugar. No es una ciudad enorme, pero sí una ciudad en donde hay de todo y en donde uno debe ir si lo que busca es tranquilidad.

El viaje ha resultado agradable, a pesar de sus baches generados por lo que hemos dicho al principio: los países deberían tener un “aforo completo”, es decir, un límite para visitantes. Portugal no lo tiene. Por lo que nos contaron, los ingleses prefieren el sur (aunque en Oporto, como comprobamos hace unos meses) también está lleno de turistas, incluso en algunas zonas del Alentejo, allí están borrachos desde primera hora del día, aprovechando cervezas a un precio que ni soñarían en su isla y sin que la policía se preocupe excesivamente por ellos. Portugal lleva camino de que algunas zonas se degraden con superabundancia de turismo. Lo dice una viajera, así que…

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